jueves, 8 de enero de 2015

Siempre

En una tierra muy, muy lejana, donde los colores y los sueños no alcanzaban a llegar, vivían una chica y su hermano, ellos dos eran muy diferentes y a la vez no, mientras que el chico practicaba todos los días para ser el mejor arquero de todo el reino, su hermana bella pero tenaz,  trabajaba muy duro tejiendo ropa para los nobles de la ciudad, para así, poder mantener a flote el entrenamiento de su hermano, pero siempre lo hacía en silencio.  A veces ellos discutían, a veces ellos lloraban, y algunas veces compartían su soledad,  pero al final del día el uno siempre estaba ahí para el otro.
Una mañana, cuando la chica se dirigía al río que cruzaba cerca de su pequeña choza, una banda de ladrones la tomó por sorpresa y la llevo consigo. Cabalgaron día y noche durante 3 ciclos, hasta llegar a un lejano castillo, donde vivía el señor de todos los bandidos, las intenciones de sus captores, era ofrecerla a este como esposa, pues era sabido que el gran señor bandido estaba en busca de una bella mujer para desposarla. Atravesaron unas grandes puertas de oro solido con dragones de plata como perillas, hasta llegar a un gran salón, lleno de pinturas y joyas adornadas de mil colores, pieles de distintos animales e incluso, exóticas especies encadenadas para diversión de unos pocos. Los bandidos se arrodillaron al estar frente al gran señor sentado en su trono, pero solo uno habló;
h gran Rey, señor de todas las tierras , y amo de nosotros los marginados, he partido en un viaje que duró seis días y seis noches para poder complacerlo con una mujer tan bella como anhelaban sus sueños –dijo el líder de la banda de captores, mientras permanecía aun de rodillas.
El señor bandido miro silencioso a su súbdito, e hizo una seña indicando que prosiguiera a mostrarle lo que le estaba prometiendo.
Eh aquí, a la mujer más bella del Reino Gris
Al decir esto, uno de los subordinados empujo a la chica, para que esta estuviese delante del gran señor bandido.
El Rey bandido al ver la belleza de la chica no pudo evitar levantarse de su trono e ir a pararse frente a frente a ella.
Quítenle las ataduras– rugió sin dejar de mirar a la chica
Inmediatamente el bandido que la retenía, retiro las cuerdas, liberando las muñecas de la chica.
Tengo las riquezas más abundantes  de todo este páramo—comenzó a hablar el Rey bandido—Tengo los animales más increíbles, tengo el castillo más grande y también las joyas más preciosas que hayas o vayas a ver en toda tu vida y sueños, todo lo que imagines y quieras podrá ser tuyo, tan solo, deberás jurarme amor eterno.
La chica, todo el tiempo mantuvo la mirada hacia el piso, hasta el momento donde escuchó estas palabras, entonces fue cuando levanto la cabeza y miro a los ojos al Señor bandido.
Mi hermano vendrá a salvarme—dijo la chica sin expresión alguna.
El señor bandido mostró una furia inimaginable, al escuchar esto
Esta es tu ultima oportunidad—dijo dándole la espalda—Júrame amor eterno o pasarás tus días a la sombra de este castillo.
Mi hermano vendrá a rescatarme—Continuó diciendo firmemente la chica, pero esta vez sin levantar la mirada
ue así sea—dijo el señor bandido, volviéndose a sentar en el trono—Llévensela al calabozo.
Y así fue como durante 7 años, la chica se mantuvo firme ante la idea de que su hermano vendría a sacarla de ese horrible lugar, algunas veces se imaginaba que sería de noche y de manera muy sigilosa, y otras veces en el día, cuando escuchaba que muchos caballos galopaban en su dirección, imaginaba que el chico había reunido un ejército para derrotar a todos los bandidos, pero ese día cada vez parecía más lejano.
Una tarde comenzó a escuchar un tumulto arriba de ella, los pasos resonaban apurados y los bramidos de los bandidos le ponían la piel de gallina, la chica no sabía lo que podía ocurrir arriba y la vida la había forjado para esperar lo peor de cada situación, así que se quedó callada en una equina de su pequeña celda, esperando a que los problemas del mundo exterior callaran, y la dejaran volver a su interminable espera, el miedo poco a poco se apoderaba de ella, pues cada vez era más tangible la idea, de que una batalla se estaba librando en las puertas del castillo, y la chica era lo suficientemente lista para saber que sin importar el ganador, era probable que ella siguiese siendo prisionera, y en un instante, las puertas del calabozo se abrieron de golpe, un sonido fino que cortaba el viento se escuchó, seguido del grito del guardia que mantenía a raya a los pocos prisioneros en el calabozo, este era el momento decisivo, la chica sentía el peso de la espera por su final, mientras se concentraba en escuchar los pasos lentos de quien podía ser su verdugo, así que cerró los ojos y agazapada en la esquina donde había estado todo este tiempo, espero el juicio final.
Hermana—dijo una voz que ella no conocía, firme y gruesa, pero a la vez tan familiar—Hermana soy yo—volvió a decir este extraño hombre.
La chica abrió los ojos, para ver a un joven de cabello largo , manchado de sangre por la batalla que habría librado, con un arco en su espalda y tendiéndole la mano con una sonrisa de esperanza y tranquilidad.
Hermana, ya todo estará bien he venido por ti—dijo el joven  sin dejar de sonreír.
La chica no podía creer, lo que estaba pasando, aún estaba dudando si aquello era una alucinación, si quizá su cordura ya había llegado a su fin, y estaba ahora del otro lado de la línea de la locura.
Disculpa haberme tardado tantos años—decía el chico mientras se agachaba y se posaba en cunclillas—no hubo día en que dejase de pensar en ti, pero sabía que un chico tonto con su arco no podía contra un castillo—decía mientras le acariciaba el cabello, solo como el sabia hacerlo
Sabía que vendrías a rescatarme—dijo por fin la chica—Mi hermano siempre vendrá a rescatarme

Tu hermano siempre va a rescatarte—dijo finalmente el chico, tomando en sus brazos a su hermana, y poniéndole fin a la aflicción tan larga de los dos—Siempre.

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